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SKATEANDO

Historias de aquí y de allá

Club de Surf Indians

Club de Surf Indians

Creo que fue yendo hacia Xagó, en una de esas maravillosas mañanas de verano, cuando se nos ocurrió la idea de formar un club de surf. Por aquel entonces no había muchas asociaciones de ese tipo en Asturias, sólo recuerdo las dos de Tapia y alguna en Ribadesella. Comenzamos a fantasear sobre lo qué podríamos hacer si tuviésemos un club. Un local. Viajes. Campeonatos. Y pocos meses después, al acabar el verano de 1990 nos pusimos manos a la obra. César llevó casi todo el peso de la burocracia para fundar el club, ayudado por la responsable de la Oficina de Información Juvenil de Candás de entonces, Begoña. Ella nos guió por los difíciles meandros de la burocracia y gracias a ella obtuvimos una subvención del Ayuntamiento de Carreño y, con el paso del tiempo, un local. Los primeros años noventa fueron increiblemente fructíferos desde el punto de vista del asociacionismo juvenil en Candás, sobre todo gracias a la labor de Begoña y a las inquietudes culturales, políticas y deportivas de la juventud de Carreño. Izquierda Unida copaba los puestos de responsabilidad del Ayuntamiento de Carreño y trabajaron mucho fomentando las actividades juveniles y deportivas. El Club de Atletismo Ocle, el Enxame Xuvenil Triskel, el Club de Actividades Subacuáticas Delfín y el Club de Surf Indians nacieron en aquella época. Asociaciones que se sumaban a otras ya existentes como el Club Nautico de Carreño o Los Gorilas, dedicados al deporte en general y al piragüismo respectivamente. Todo ello sin hablar de las asociaciones dedicadas al fútbol o a otras de cuyo nombre y actividad no me acuerdo.

El caso es que en 1991 nuestro Club de Surf Indians ya era una realidad, ahora sólo quedaba ponerse manos a la obra para llevar a la práctica nuestros sueños. Al cabo de dos años, en 1993, conseguimos organizar el Primer Open de Surf de Xivares. Fue todo un éxito, entonces no existía el Campeonato de Asturias de Surf y los últimos grandes campeonatos asturianos los había organizado años atrás Carlos Meana, surfista y propietario de Never Stop en Avilés. La gente tenía ganas de competir y nosotros, ayudados por mi padre-Siro- y por varios sponsors les dimos lo que querían. Celebramos este campeonato durante el Puente de la Inmaculada, la primera semana de Diciembre. La zona de competición se instaló en la Playa de Peña María, una de las tres calas de Xivares, y las olas fueron realmente espectaculares. Tuvimos casi un centenar de inscritos.

Continuamos celebrando el Open de Xivares durante varios años consecutivos, siempre en la misma fecha, hasta 1997 si no recuerdo mal. Cinco ediciones de campeonato durante las cuales intentamos hacer las cosas del mejor modo posible teniendo en cuenta que contábamos con un presupuesto limitadísimo y que teníamos que poner dinero de nuestros bolsillos. El Ayuntamiento de Carreño nos apoyó durante las cinco ediciones, y Juanín Fernández, uno de sus empleados, estuvo allí haciendo posible cada una de estas ediciones.

En la foto aparece Candás. En primer plano el Cabo de San Antonio , con el "Faro" y el "Instituto". A la izquierda de la foto (parte este del cabo) se puede ver el viejo muelle y un trocito de la playa La Palmera. A laderecha de la foto (zona oeste del cabo) se encuentra la bahía de Rebolleres. En la foto no se ve la Piedra del Pan, que en los días grandes llega a ofrecer una izquierda espectacular que hasta el momento nunca ha sido surfeada.

Aquellos jodidos surfers pijos

Aquellos jodidos surfers pijos

...poco a poco fuí abandonando el skateboard por el surf. César, mi hermano, y yo continuamos yendo a la playa con aquella tabla. Descubrimos el secreto para evitar que la tabla resbalase, la parafina, y la existencia de una especie de cuerdas que se podían atar al tobillo para no perder la tabla después de cada caída. Supimos que éste engendro se llamaba "invento". Y sinceramente, tarde un poco en tragarme lo del nombre y en atreverme a ir a una tienda a pedir "un invento". De hecho creo que la primera vez pedí "una de esas cosas que sirve para atar al pie y que la tabla no se te escape".

¡Qué tontería! pensareis, ¿por qué no preguntásteis a otros surferos? La verdad es que teníamos un poco de vergüenza, no sé, algo difícil de describir pero que se encuentra entre el miedo al ridículo y el "pa`que preguntar a esos pijos arrogantes de mierda con el pelo teñido de rubio". Esa era la cuestión. Hace años los surfers tenían una imagen de arrogantes y pijos, por lo menos en Gijón y Salinas, que los hacía odiosos. Chavalillos de dinero con el pelo rubio y aires de "soy bueno solo yo". Poco después, según nos íbamos introduciendo en el mundillo, descubriríamos que si bien había personas así también te podías encontrar con algún surfer majete dispuesto a explicarte cuatro cosas. ¡Cuidado! he dicho "alguno" no más.

Sí, el surf por aquel entonces estaba plagado de idiotas que preferían pasear la tabla y vacilar a los nuevos que surfear. Y el tiempo los fue poniendo en su sitio uno a uno, bien porque dejaron de surfear o bien porque cambiaron de actitud. Bueno, continuando con nuestra historia. Nosotros nos hicimos con una Rusty de segunda mano, shapeada por el mismísimo Rusty Presisendorfer, y comenzamos poco a poco a aprender a surfear a base de meter la pata y con la ayuda de varios amigos que habían dado el paso definitivo hacia el surf un año antes: Joako, Jorge "el Surfer" y Javi "Piojo". Ellos fueron los primeros en Candás, junto con otro Joaquín y con Gloria "Apolo". Nosotros nos añadimos poco después con Jorge "Chino" y Álvaro, hermanos. También aparecían por la playa Pablo "Marañuelo", Claudio, José Felix y como no Jorge "Moro", hermano de Juako y uno de los precursores del bodyboard en drop-knee en Asturias. Podría decir que llegó a ser el mejor drop-knee bodyboarder asturiano y que mantuvo esta condición durante años sin pisar ni un campeonato y sin tener sponsors. Pero no lo voy a decir para evitar polémicas, me limitare a señalar que era el más espectacular y que su imagen resultó fundamental en el desarrollo de este deporte en Candás y en el auge que tuvo en la Playa de Xivares. Quizá parezca una afirmación demasiado localista, pero hay que ver el nivel que tienen hoy los bodyboarders que surfean habitualmente en Xivares para entender que no es así. Y "el Moro" tuvo mucho que ver con esto.

Ni que decir tiene que el ambiente en Candás era muy diferente del que se respiraba en El Muro gijonés. Quizá porque éramos todos nuevos, quizá porque Candás es un pequeño pueblo de pescadores con poco espacio para la pijería de entonces, aunque "haberlos habíalos", pero afortunadamente no en el agua. Nuestro territorio natural se extendía desde Candás hasta Xivares, además solíamos surfear en El Tranqueru y en Carranques. Cuatro playas que nos daban todo lo que necesitábamos en esos primeros años.

Con el tiempo comenzamos a movernos hacia Xagó, un Xagó vacío en el que surfeábamos solos y muchas veces desnudos. Por entonces nos acercábamos en tren hasta Avilés y después en autobus hasta Xagó. Era difícil encontrar más de cinco o seis surfers en el agua. Con el tiempo fueron apareciendo varios surfers de Gijón con los cuales compartimos buenas sesiones, risas y hasta algún baño "en pelotas". Sólo me acuerdo de Peque, Diego y Ferrao, quizá porque son los únicos que continuaron surfeando con el paso de los años. O al menos son los únicos con los que continué en esporádico contacto. A por cierto, eran de Gijón pero estaban bastante lejos del "surfer pijo y arrogante".

Julio Lastra, es otra de las piezas claves de mi infancia como surfista. Bueno, de mi infancia y de la infancia surfística de mis amigos. Él es algo mayor que nosotros, de hecho por aquel entonces ya tenía una niña pequeña, hoy socorrista en la playa de Candás, y unos años después tuvo dos gemelos, uno de los cuales sigue los pasos de su padre en el mundo del surf. Conocimos a Julio en Xivares, venía con su pequeño todo terreno y su tablón, creo que entonces ya utilizaba tablón. Julio era, y es, una persona agradable, divertida y amable, y tiene el espíritu justo para ser surfer. Con él fuimos varias veces a Xago y compartimos sesiones durante las que fraguamos una amistad que perdura hasta hoy en día.

En la foto Martin Potter, Campeón del Mundo de Surf en 1989. Surfer solidario e innovador. Un ejemplo para los jóvenes surfers de entonces.

¡Veinte años después!

¡Veinte años después!


El caso es que no tuve la oportunidad de patinar en un half pipe hasta veinte años después. Bueno, en realidad si que tuve esa ocasión pero...

...un día vi un coche llegar por la poco transitada cuesta del Llagarón. Era el coche de mi primo Jose. Pasó por delante de nosotros, saludando, para después de tenerse delante de mi casa. Salió del coche mientras mi hermano, yo y alguno de nuestros amigos nos acercábamos. Abrió el maletero y sacó una enorme tabla de surf. Era un modelo antiguo pero yo todavía no lo sabía, dada mi poca experiencia en el mundo del surf. A mí me parecía un sueño ¡una tabla de surf! Yo tenía trece años y mi hermano, César, doce. Era nuestra primera tabla de surf. Aunque en realidad no era nuestra, era de mi primo. Pero bueno, ¿estaba en nuestra casa o no? Quizá no fuese nuestra pero a partir de ese momento dada su condición de "inquilina" y sobre todo de "muda" iba a comenzar a ofrecernos un servicio que ansiábamos desde hace tiempo.

Jose dejó la tabla. Estaba ilusionadísimo con su nueva adquisión. Una tabla vieja, muy vieja. Yo creo que databa de los años 70 por lo menos. Una Jerónimo, supe después, una de las primeras tablas de producción española, si no me equivoco. Y si me equivoco espero que alguien me corrija. Jose se la había comprado a un amigo de Avilés, imagino que haya pasado parte de su historia en Salinas. Y la otra parte quién sabe, en algún lugar de la Costa Norte. ¡Cómo me gustaría descubrirlo! Tenía, tiene, una quilla negra y enorme, y un dibujo, hecho a mano, del rayo de Lightning Bolt.

Mi primo paso varios días reparando y pintando la tabla, hasta que quedó nueva. Bueno, más o menos nueva. Y allá se quedó la tabla. Sóla, sin nadie que la acercase hasta la playa a coger olas o simplemente a oler el mar. Y allá se quedó hasta que los dos mocosos que la miraban y la admiraban cada día decidieron saltarse las normas a la torera y hacerle un favor a la Jerónimo.

Cogimos la tabla un día de verano y nos fuimos a Carranques con dos amigos. Ni invento ¿qué era eso?, ni para...¿qué?, ni parafina. Sólo nosotros cuatro y la vieja tabla. Ni que decir tiene que la primera sesión fue un desastre. Yo fuí el primero en entrar, las olas sobrepasaban mi cabeza en varios centímetros. Tampoco muchos, pero los suficientes para asustar. Traté de tumbarme encima de la tabla como había visto hacer a algunos surfers en la playa de Gijón, per ni modo. Eso era imposible, la tabla resbalaba bajo mi cuerpo como si quisiera surfear sola. Así estuve hasta que llegó una ola un poco más grande que las demás y me empujo contra el fondo. Vueltas, vueltas, vueltas. ¿Y la tabla? La tabla se había ido sóla a la playa, surfeando aquella ola. Y allí estaba, orgullosa, gallarda. Amarilla con su rayito tatuado en el lomo y su enorme quilla negra clavada en la arena. ¿Y yo? Asustado, nadando hacia la orilla, revolcado y maltratado por una marejada veraniega en la playa de Carranques.

Esa fue mi primera sesión de surf, bueno en realidad no fue la primera. Había probado a coger olas tumbado con un skimboard de madera en Candás durante otra marejada estival varios años antes. Tenía diez u once años y recuerdo haberme divertido muchísimo junto a mis amigos, Jorge, Juako, Josito, Nacho, Marcos y algunos más. Pero aquello era distinto, era la primera vez que surfeaba con una tabla de verdad. Era el inicio de una nueva pasión y el fin de otra. Bueno ¿el fin? No creo.

El caso es que a partir de aquella sesión el skateboard se fue quedando apartado. No volví a coger mi querida tabla verde, bueno la fuí abandonando de forma gradual. Pero mi mente y mi forma de patinar se acercaban cada vez más al surf, porque era aquello lo que quería hacer. Quería ser un surfer.

Early years

Early years

Bueno, creo que es momento de presentarse. Me llamo Iván, soy surfer y skater, asturiano y residente en Milán. Me gusta escribir, hablar, escuchar música, ver películas y sentir como fluye la adrenalina dentro de mi. Me gusta, "pà que decir que no si sí" y además podría decir que necesito esa sensación para vivir, o al menos para vivir feliz. Y quién este libre de pecado que tire la primera piedra, o mejor que levante la mano.

Comencé a patinar con nueve años, es decir en 1982, justo después de que mi hermano y yo nos gastásemos las mil pesetillas que tanto nos había costado conseguir en un flamante monopatín de plástico verde. Era cojonudo, es cojonudo porque aún lo tenemos. Un pequeño monopatín, estrecho, con ruedas blandas de esas que se grapan al asfalto y te perdonan cada vez que pasas por encima de una piedra. Empezamos a bajar sentados por la cuesta que baja desde nuestra casa hasta el pueblo, una bonita cuesta poco traficada por aquel entonces y casi recién asfaltada. Poco a poco nuestro estilo fue evolucionando hasta que descubrimos que la perspectiva era mucho mejor de pie que de sentados. Sobre todo porque así jodíamos menos los playeros y mamá se enfadaba sólo cuando llegábamos a casa con las rodillas picadas.

Ese fue mi primer contacto con el skateboard. Poco después mi primo mayor, Jose, nos regaló otro monopatín, rapidísimo, una tabla de aluminio que había sido shapeada por mi tío y que montaba unos ejes profesionales. Aquella tabla volaba, pero se la quedo mi hermano dado que yo seguía enamorado de nuestro viejo monopatín verde.

Ni que decir tiene que por aquel entonces nunca habíamos oido hablar de ollies, flips ni nada parecido. Yo no tenía ni idea de que era un skatepark hasta que una vez vi un reportaje de skateboard en una revista infantil, en una foto salía un skater patinando dentro de un tubo, llevaba una especie de cilindro atado con un trapo en una mano. La imagen se me quedó en la mente junto con unas escenas que había visto en televisión de varios locos que pasaban por debajo de enormes camiones, siempre patinando. Mientras tanto nosotros seguíamos bajando aquella cuesta para volver a subirla, bajar y subir, bajar y subir. Slalom, carving, pequeños derrapes. Todo sacado de nuestra imaginación y combinado con un estilo surfero. Era divertido, pero subir y bajar, subir y bajar, subir y bajar era un poco fatigoso. Bastante fatigoso.

Fue entonces cuando llegaron a mi los ecos del half-pipe. Una cuesta eterna, pensaba yo. No hace falta caminar, te tiras y vas y vienes y vuelves a ir y vuelves a venir. Un half-pipe. Y la imagen del half-pipe se quedo, junto con la del tubo y con aquella de los camiones, en mi cabeza.

Un half-pipe, half-pipe, half-pipe. ¡Qué ganas tenía de probar! Tenía tantas gas que no me enfrente a uno hasta los veinte años ¡diez años después! ¿La razón? Mañana os la cuento.