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MARRUECOS, I

MARRUECOS, I

Nada más atravesar el Estrecho de Gibraltar comencé a ver y a reconocer algunos de los spots más famosos del Noroeste de Marruecos y me di cuenta de las dimensiones y calidad de la marejada que estaba azotando la costa. Pero todo pasó a segundo plano cuando el avión viró hacia el este y perdí de vista el Océano. Las tierras comenzaron a tornarse áridas, secas, el verde del Rif desapareció a favor de tonos ocres sólo interrumpidos por las blancas nieves del Alto Atlás y por la tímida presencia de algunos palmerales en lo que se suponía eran las veredas de grandes ríos.

    Marrakech es una ciudad de medio tamaño, nerviosa pero no enervante, polvorienta y muy activa. No se trataba de mi primera vez en esta ciudad, había estado ya en dos ocasiones a distancia de quince y de siete años respectivamente, pero esta vez me encontraba con algo distinto. Durante los últimos años Marrakech ha ganado en calidad de vida sin perder un ápice de su encanto, aunque la especulación inmobiliaria está poniendo en serio peligro el enorme y precioso palmeral externo. Nada más llegar al aeropuerto y después de hacer los trámites aduaneros tomamos un autobus que nos dejó a pocos pasos de la plaza Jama'a el F-naa, auténtico centro neurálgico de la ciudad vieja. En poco tiempo, urgando entre las callejuelas de la medina, encontramos un pequeño riad que por pocos dirham ofrecía noche en habitación doble y desayuno. 

     

     

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